
Cuando me paseo por la calle Coroleu en mi barrio de Barcelona, los naranjos que la bordean emiten su olor fresco dulzón que me lleva directamente a memorias de Jerez de la Frontera en Andalucía.
Capullo
Jerez de la Frontera es para mí, como para tantas otras personas, inextricablemente vinculado con el flamenco. Yo llegué allí por primera vez en septiembre de 1999 para consultar los fondos del Centro Andaluz de Documentación del Flamenco. Mi objetivo era buscar información sobre el género en el flamenco para escribir un ensayo histórico, uno de los requisitos para mi doctorado. A través de la investigación fue la única manera que encontré para empezar a acercarme al flamenco, que me parecía tan fascinante como misterioso. Y allí, en la colección más extensa de documentos y grabaciones del flamenco en España, ¡lo encontré!
Flor(ación)
Mi segunda visita fue de la mano de Chicuelo, el guitarrista con quien toqué dentro del Festival de Flamenco en marzo de 2007. Mi maleta no llegó a tiempo y tuve que subir al escenario en el mismo vestuario semi-elegante en que había viajado. El concierto tuvo lugar en una bodega de degustación de fino. Entre los oyentes, había cantaores jerezanos, que se convirtieron en amigos míos después de una larga estancia preparando un espectáculo en Tokio. Al terminar la actuación, me invitaron a seguir la juerga musical. Al día siguiente, volví a Barcelona con muchas ganas de experimentar todo lo que rodeaba al festival.
Marchitez
En 2016, cuando mi pareja ya no podía viajar, por cuestiones de salud, me tomé 4 días para bañarme en el sol andaluz de febrero y volver a pisar al festival de flamenco. Me desayunaba muy a gusto en la azotea del piso donde me alojé en el barrio que llevaba el nombre del santo de mi amor, al final de la Calle del Duende. Y disfrutaba muchísimo del ambiente – ¡qué delicia! El vecindario era muy abierto y acogedor a los forasteros en esta época del año. Allí encontré muchos alumnos, colegas y amigos en este encuentro anual y hice muchas amistades nuevas entre los visitantes y habituales de los espacios y peñas al margen de la programación oficial.

Polinización
En 2018, llevé a una pequeña “delegación internacional” al festival, compuesta de mi madre, Judy, su amiga de la universidad, Dodie (de hace 60 años), su pareja, Ken y una ex-alumna de mi madre de China, Xiaomei, que vino de Shanghai con su marido, Jack, para pasar su luna de miel. [Xiaomei ya era aficionada al flamenco indirectamente gracias a mi madre, ¡Eso os explicaré en otro momento!]
¡En esta ocasión, tuve la oportunidad de tocar la viola en una peña por primera vez!

Allí, presenté una bulería original mía, “Ojo de tigre” y me hizo una ilusión enorme cuando las gitanas en la primera fila, matriarcas del barrio San Miguel, empezaron a hacerme palmas ❣️
Me sentía cada vez más aceptada y respetada por el mundo flamenco por mis aportaciones a este arte tan amado.
Fruto
El colmo ha sido mi última visita al festival, hasta ahora, unas pocas semanas antes del principio del confinamiento del 2020. Sin noción de lo que estaba a punto de caernos encima, me deleité en pasar una semana escuchando arte, viendo amigos y conociendo nuevos, participando en tertulias, siendo entrevistada en Cadena Ser (a partir de 1h 07m), improvisando con un gran cantaor, José de los Camarones – atreviéndome a exponerme, tocando y hablando en voz alta, como nunca.
Madurez, fin de ciclo
Después de 25 años participando en el mundo flamenco, sea en investigación, interpretación, creación o divulgación, ahora siento la tranquilidad de poder dejar lo que ha sido una lucha prácticamente constante. De reivindicación, que yo valgo para eso, sin haber nacido en la tierra de origen andaluza ni ‘tener la pinta de saber nada de flamenco’.
O de seguir, si así yo lo siento y quiero, a mi manera.